Jugar a imaginar
Hola! Primero que todo, les aviso que esta entrada será larga, porque me puse como objetivo un mínimo de 1.500 palabras y porque estoy contando casi quince años de mi vida aquí. Comencemos 🙂
Para quienes me conocen más, saben que es difícil describirme sin hablar de mis gustos nerds, a pesar de que no me considere necesariamente un nerd de diccionario. Entre aquellos placeres culpables variopintos (o variocolores, para quien entienda tanta ñoñería la referencia), uno de los más grandes son los juegos de rol.
A estas alturas, ya casi todos tienen una pequeñísima idea de lo que es un juego de rol, al menos, quienes vieron Stranger Things lo tienen más claro: una especie de ritual satánico en forma de juego en el que un grupo de personas se reúnen en torno a una mesa, unas hojas ilegibles, libros de ocultismo, dados de todas las formas y colores imaginables, a veces figuritas y muchas pero muchas frituras con el fin de narrar historias cuyo objetivo principal es el de resguardar la propia virginidad.
Fuera de broma, aún la gente cree que esto es así…
Pero por el contrario, los juegos de rol no son más que una actividad lúdica (por lo tanto un juego) cuyo fin es el de crear, mediante la imaginación colectiva de los personajes un universo vivo, coherente y lleno de rincones por explorar en el que cada uno de los participantes tiene algo que decir al respecto… y esto, lo cuentan desde la perspectiva de los avatares (de ahí el nombre de la película) con los que «entran» a este mundo.
Dicho de esta forma, cuando conocí los juegos de rol a los doce años, sabía que iba a ser amor a primera vista.

Como les decía, mi primer juego de rol fue a los doce años, gracias a mis primos mayores, a quienes en una junta/carrete de esas de principios del 2000 (antes de que llegara la moda de bailar Axé y ver Mekano) se les ocurrió jugar un juego llamado «¿Quieres ser feliz? (La volaíta!)«, el cual trataba de crearse en una hoja de cuaderno un personaje con nombre propio y una serie de características como la fuerza, la salud y otros atributos definidos por unos dados de seis caras. Ese personaje viviría una historia medio futurista-fantástica –con los años sabría que a eso se le llama Cyberpunk– que iba a ser narrada en la misma mesa. Con un poco de timidez, todos le seguimos el cuento a mi primo, porque no queríamos que se enojara, pero sin verlo venir, a los quince minutos de jugar ya nos sentíamos nuestros personajes, queríamos saber qué iba a pasar, y a pesar de que algunos de nosotros fuimos cayendo (muriendo) en el camino, todos nos quedamos hasta el final para saber qué ocurriría. En síntesis, fin del juego, un par de risas y a hacer otra cosa. Sin saberlo, mi primo Alexis había plantado una semilla en mi cabeza que años más tarde iba a dar frutos.
Dos años después, yo ya había olvidado aquella anécdota. La pubertad me tenía preocupado de otras cosas y tenía dos grandes pasiones: aplanar calles con el que entonces era mi mejor amigo y jugar en las máquinas de baile de los Diana de Ahumada, la Game Master y la Juegoteca (R.I.P. y cruz pa’l cielo para todos ellos). Entre mis andanzas desde la Juegoteca a mi casa, pasaba por una galería que nunca tenía nada interesante: alimentos para perros, fotocopias y un ciber café, pero un día me llamó la atención un letrero nuevo colgado afuera de la galería, era extraño, porque estaba hecho de madera y tenía escrito bien grande en la parte superior «Khazad-dûm: Juegos de rol.»
-¿Y eso? Me suena.- Pensé, entrando a pasos tímidos al local, que estaba a mano derecha, el cual no era más grande que el living de una casa grande y tenía un mostrador con dados al final del pasillo y dos mesas redondas con varias sillas alrededor. Me atendió el dueño del local, un metalero que creo, se llamaba Victor y que para mi era viejo, pero no debía de tener más de 25 años, jajaja. Me contó de qué se trataba la tienda, qué hacía y me mostró dados, libros y otras cosas que vendía… les resumo lo que pasó: cagué.
Me fui a casa de mi entonces mejor amigo con dos dados de rol y una hoja fotocopiada a contarle del lugar. Luego de eso, partimos al día siguiente con su hermano y su primo y Victor nos narró nuestra primera partida de un juego llamado «Vampiro, la Mascarada.» Desde ese momento ya no hubo vuelta atrás.
¿Por qué fue tan adictivo para mi? Simple… los que me conocen bien, saben que siempre he amado los libros, y más que los libros, he amado las buenas historias, leía de pequeño todo lo que llegaba a mis manos, desde los libros del colegio hasta las novelas que mi abuelo guardaba en el mueble de su habitación. Amaba (amo) tanto las historias, los personajes, sus mundos, cómo hablaban y cómo interactuaban entre ellos, pero también amaba escucharlas, y podía estar horas escuchando a la gente que tenía al menos una o dos cosas interesantes que decir. Con los años, di el salto más obvio en ese ámbito y me concentré en los videojuegos, siempre privilegiando aquellos que tenían algo que contar… supongo que por eso nunca fui ni seré bueno para el FIFA. Cuando me enteré que los juegos de rol ofrecían una posibilidad infinita de mundos, personajes e historias para movilizarlos, no pude si no querer saber cada vez más y más.

En sólo unos meses ya había leído más de cinco mil páginas (en serio! acabo de revisar los PDF y deben ser más o menos ese total) entre manuales, módulos alternativos y relatos varios en torno a «Vampiro, La Mascarada», su folklore y todo lo relativo al mundo que presentaban, que para mi buena o mala suerte, tenían más de veinte libros si es que no más entre el manual del juego y muchos complementos históricos para darle realismo y sabor al mundo en que estaba ambientado.
En ese mismo tiempo me aventuré a hacer una de las cosas más terapéuticas para afrontar mi timidez: narrar historias de juegos de rol. Ya que amaba escuchar y leer historias, decidí dar otro gran paso… crearlas. Amé tanto hacer eso que a mis catorce años, le narraba historias de acción, terror y drama a personas que no conocía y que probablemente cursaban estudios universitarios… y les encantaba. Podría decir que mi primer trabajo remunerado fue en Khazad-dûm, narrando historias para grupos que venían sólo a jugar y pasar un buen rato.
Pasó un año, y como era de esperarse, una tienda de juegos de rol ubicada en La Cisterna no dio los frutos que esperaba, así que, de un día para otro y sin aviso, el Khazad-dûm cerró sus puertas para siempre, y todos los roleros que frecuentaban el lugar empezaron a emigrar a otros lugares de los que yo no tenía idea. Se fueron todos… excepto los más importantes: mis amigos de siempre. Con ellos nos dedicamos cada fin de semana de nuestra adolescencia -de los que no carreteabamos, jajaja- a jugar a imaginar. Pasaron por la mesa partidas de Vampiro, Hombre Lobo, Dungeons & Dragons (la niña bonita de los juegos de rol), Fate, Changeling y uno de mis favoritos hasta hoy, La Llamada de Cthulhu, un juego de rol basado en el terror cósmico de uno de mis autores favoritos: H.P. Lovecraft.
Serendipity: Here Comes a New Challenger!
El tiempo no sólo hizo crecer nuestras mesas en número, si no que también en calidad. A los quince años, decidí aceptar la invitación de mi antiguo grupo scout (al que había dejado de ir como a los siete años, pero esa es otra historia) a un campamento de aniversario, donde recibí mi promesa y que como consecuencia hizo que retomara actividades con el grupo por un par de años más. Bueno, la verdad una de las mayores motivaciones para seguir con ellos durante dos años fue el gran grupo de amigos que formamos, eso hasta que en una junta, empezamos a hablar de los hábitos más nerds oscuros. La conversación fue algo así:
-Andrés: Oye, y aparte de jugar en el PC ¿Qué otra cosa hacen? (Yo tanteando terreno.) -Juan Pablo: Hartas cosas, nos juntamos los findes, jugamos play… eso. -A: Ahhh, pero ni tan nerds po’ ¿Algo más? – JP: Sí… igual jugamos rol, no sé si sabes que es eso. -A: … -JP: ¿Cachai o no? -A: ¿La dura? ¡Yo juego hace años! Oye, podríamos juntarnos todos y…
…como imaginarán, triunfó el mal, jajajaja.
Para no alargar tanto la historia, les resumo que desde entonces, creo que cada uno de mis amigos ha pasado al menos una vez por una mesa de rol, donde normalmente soy yo quien narra las historias, he visto pasar a vírgenes y veteranos del rol, a jóvenes tímidos y a actores en potencia. Logré narrar dos veces en eventos como el Concilio de Dragones y también hice una charla sobre esto en TerraCon el año 2016. He visto pasar a personajes con más carisma que los de muchas películas de Hollywood, como Fin-Fierro, Máximo, Elevier, Violeta o Hans Van Heissen (Si les gusta esta entrada, podría hablarles de ellos! Más de una carcajada les podrían sacar!). Hemos tenido que inventar reglas con el grupo para regular incluso a quienes hemos llegado con nuestras pololas a jugar, porque hasta la Verito jugó rol con nosotros, y aunque no le gustó, entiendo y respeto su postura, porque a cada loco, su tema… y definitivamente el mío, por el cual me he dado a conocer, son las historias, las buenas historias… esas que nos reúnen en torno a una mesa, una fogata o unas cervezas con el propósito de sorprendernos, reír, emocionarnos y sobretodo, afiatarnos como lo que somos: un grupo de amigos ñoños que sólo esperan coincidir un fin de semana para irnos de aventuras.
¿A dónde iremos para la próxima? Nadie lo sabe, y esa es la gracia.